Oaxaca de Juárez, capital cautiva de la inseguridad y el miedo

 

 

 

 

Quien recorre Oaxaca de Juárez no ve blindaje ni retenes. No hay tanquetas en la calzada Porfirio Díaz. Tampoco helicópteros sobrevolando la zona del Llano. Pero lo que no se ve, se siente. La ciudad capital ha mutado su ritmo tradicional hacia una coreografía contenida por el miedo.

Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del segundo trimestre de 2025, más del 63% de la población adulta en áreas urbanas considera inseguro vivir en su ciudad. Aunque Oaxaca de Juárez no encabeza la lista de las ciudades con mayor percepción de inseguridad —ese lugar lo ocupan Culiacán, Ecatepec y Uruapan, con cifras que superan el 89%—, sí ha entrado en la franja crítica de miedo que modifica el comportamiento ciudadano.

La inseguridad aquí no es espectacular. No hay cifras epidémicas de homicidios dolosos como en otras capitales. Lo de Oaxaca es más silencioso: robos en calle, drogas en esquinas, consumo de alcohol en la vía pública, disparos esporádicos en barrios periféricos, extorsión con acento familiar.

La capital oaxaqueña vive bajo un régimen emocional: el del terror anticipado. Más de 72% de los ciudadanos reporta sentirse inseguros en cajeros automáticos; 65% en transporte público; 63.7% en la calle. La ciudad se ha convertido en un tablero de estrategias evasivas: no caminar sola, no portar valor, no salir de noche.

No se trata solo de percepciones. El temor altera la conducta colectiva. El estudio indica que 42.7% de la población modifica sus hábitos de portar joyas o dinero por miedo al delito; 42.4% restringe a menores salir solos; 38% cambia sus trayectorias nocturnas.

Lo invisible se convierte en norma: ya no es necesario que ocurra el delito para que sea parte del calendario mental. El miedo, en Oaxaca de Juárez, es preventivo. Se ha institucionalizado a través del hábito.

Ese clima psicológico deriva en una ciudad donde la confianza entre vecinos y vecinas se diluye y el conflicto interpersonal aumenta: el 35.4% de la población nacional ha tenido enfrentamientos directos con familiares, vecinos, colegas o autoridades. La desconfianza es endémica.

La ENSU refiere que 30.8% de los hogares han tenido al menos una víctima de robo, asalto, fraude o extorsión durante el primer semestre del año.

La percepción de inseguridad se acopla con otros indicadores: baches (82.9%), fallas en el suministro de agua (66.4%), coladeras tapadas (60.2%). No es sólo la delincuencia: es la sensación de abandono.

La ciudadanía no solo teme a los delincuentes: teme a los gobiernos. Solo 30.1% considera que el gobierno de su ciudad es efectivo para resolver problemas recurrentes. Es en este vacío donde el miedo se multiplica.

Del contacto ciudadano con cuerpos de seguridad, casi la mitad de los encuestados (45.2%) han sido víctimas de actos de corrupción. La cifra no sorprende; confirma. La policía municipal recibe apenas un 46.4% de aprobación como instancia efectiva. La estatal, 52.4%.

Así, en Oaxaca, la seguridad pública se ha convertido en un acto de fe. La ciudadanía tiene más confianza en la Marina (87.5%) o el Ejército (83.1%)

Oaxaca de Juárez, como capital, está lejos del epicentro narco. Pero no está exenta del miedo urbano. Robos sistemáticos, extorsiones telefónicas, pandillas menores, consumo abierto de drogas, y una juventud que crece con miedo al futuro más que a la calle.

La ENSU también muestra que existen zonas donde la ciudadanía percibe seguridad: San Pedro Garza García (11%), Piedras Negras (16.9%), Benito Juárez (22%). El contraste no es sólo geográfico, es emocional.

La gran pregunta no es cómo se vive en Oaxaca con miedo, sino por qué se ha aceptado esa forma de vida como norma. Por qué el terror no paraliza ni moviliza, solo reconfigura la ciudad hacia un modelo de discreción defensiva.

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