Frente al autoritarismo, las razones.
Por Omar González García*
No tiene desperdicio el mensaje que en el Monumento a la Revolución pronunció José Woldenberg este domingo; un repaso breve y contundente de lo que el IFE-INE ha logrado desde 1997. No es poco lo alcanzado, pero tampoco es el paraíso, es apenas “una germinal democracia… que nos ha permitido asentar la pluralidad política y que la misma pueda coexistir y competir de manera pacífica”.
Buena parte de esa coexistencia se basa en la construcción de esa casa común que es el INE; nada de lo hoy alcanzado, y eso incluye el contundente número de votos alcanzado por el hoy ejecutivo federal del mismo modo que incluye las certezas pertinentes al número de votos y escaños obtenidos por las diferentes fuerzas políticas en las elecciones intermedias de 2021 y también al porcentaje que inviabilizó la revocación de mandato en abril de este año. Ninguna de esas certezas hubiera sido posible sin el entramado legal e institucional que solidifica al órgano constitucional y mucho menos sin la decidida participación en las mesas de votación como parte del funcionariado de casilla de los ciudadanos de a pie que elección tras elección el INE sortea, capacita y designa para contar los votos en la tarde noche de cada elección.
Tras la reforma electoral de 2014, ilustra Woldenberg en su mensaje de este domingo, “se han disputado en los estados y la Ciudad de México, 55 336 cargos de elección popular, entre ellos 55 gubernaturas, 93 legislaturas y 5932 ayuntamientos. Tan sólo el año pasado los institutos estatales registraron 275 424 candidaturas locales. Con tales números ¿es deseable y posible concentrar, centralizar y administrar ese universo político en una sola institución? Evidentemente la respuesta es no.
No están dadas las condiciones, realmente nunca lo estuvieron para que “la medicina del sonriente apóstol”, como escribió Enrique Krauze de Francisco Madero, desmontase de tajo el autoritarismo construido tras la negativa de Madero por cuanto a hacer tabla rasa de la burocracia porfirista.
La construcción del estado autoritario empezó pues ahí, en esa indecisión. Luego, la acendrada repetición de, mutatis mutandis, presidencias autoritarias, logró que cualquier intento democratizador, de Ezequiel Padilla a la Corriente Democrática de Cárdenas y Muñoz Ledo fuera excluida de eso que para abreviar se denomina sistema político mexicano, cualquier cosa que eso signifique.
Una amplia negociación condujo a la creación del IFE en 1997 y a partir de ahí, al asentamiento de unas bases siempre perfectibles. Hoy, y la cita en extenso es necesaria, “buena parte de lo edificado se quiere destruir desde el gobierno. Es necesario insistir en eso, porque significa no sólo una agresión a las instituciones existentes sino a la posibilidad de procesar nuestra vida política en un formato democrático. México no puede volver a una institución electoral alineada con el gobierno, incapaz de garantizar la necesaria imparcialidad en todo el proceso electoral. Nuestro país no merece regresar al pasado porque lo construido permite elecciones auténticas, piedra angular de todo sistema democrático. México no puede destruir las destrezas profesionales, los conocimientos adquiridos y el compromiso de los funcionarios que integran los servicios profesionales electorales”.
No hay mucho más que agregar a lo que en su mensaje no haya dicho José Woldenberg; recalquemos apenas tres afirmaciones finales del mensaje: “No a la pretensión de alinear a los órganos electorales a la voluntad del gobierno. No al autoritarismo. Sí a la democracia”. Frente al autoritarismo, las razones.
* Consultor en derecho constitucional.
Tw: @OGlezGarcia
Correo electrónico: dcconsultoriaaplicada @gmail.com
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