Misael Sánchez
El fracaso en Oaxaca de Juárez en las políticas públicas, frente a su gentrificación, debe prender los focos rojos en el gobierno estatal, principalmente en sus instituciones encargadas de las políticas públicas en materia económica, turística y comercial.
Y no solamente el nuevo gobierno, sino también la sociedad como un tercer sector garante de que las políticas públicas que implementen las instituciones cumplan con sus funciones y también que frenen las ambiciones de inversionistas que no les importa modificar la imagen urbana de la capital oaxaqueña.
Porque si bien la “elitización” del centro histórico y algunos barrios tradicionales se ha dado de manera fortuita, ésta también ha sido empujada por inversionistas y prestadores de servicios turísticos.
Hay un punto de inflexión, donde el alto poder adquisitivo, las costumbres y tradiciones chocan y provocan un desencuentro cultural que tarde o temprano pasarán la factura a la misma sociedad oaxaqueña.
Por supuesto que no está mal apostarle al desarrollo a partir del activismo de una mayor clase social, pues ello también trae consigo el crecimiento de la plusvalía y la revalorización de viviendas.
Sin embargo, el que más ha sido afectado es el comercio tradicional, el cual ya de por sí no supo adaptarse a las ventas en línea y al uso de las tecnologías de la información para enfrentar la crisis económica.
Está bien apostarle al ocio, al turismo y a las actividades culturales, pero no podemos limitarnos a habilitar terrazas, a promover de manera velada algunas actividades clandestinas, sin antes pensar en encauzar el interés genuino de los oaxaqueños por conservar su originalidad, sin perderse en convencionalismos.
Actualmente hay una resistencia contra la elitización del centro histórico, pero con un discurso que dice «duro con ellos hasta que nos emparéjenos».
Tampoco esa es la solución.
Hay una economía doméstica que ya está pagando las consecuencias de vivir en una ciudad turística que se pierde en el futurismo de sus inversionistas y el pasado cultural de un pueblo que, ingenuo, es utilizado una y otra vez para justificar el juego de la democracia y los yerros de las políticas públicas en los tres niveles de gobierno.
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